Así se llama una agencia de autos que abrió hace un par de meses frente a mi casa. ¿De qué marca son? A veces me fijo y se me olvida. Lo siento, no soy la clase de hombre que sabe de carros, más bien soy de los que abren un blog para quejarse y tirar mierda a diestra y siniestra. Y otra vez voy allá.
Resulta que estas agencias siempre ponen un par de bocinas afuera para que la música no pare en todo el día. ¿Con qué fin? Supongo que no necesitan hacer ver a la gente que el lugar ya está abierto, pues cuenta con grandes ventanas a través de las cuales se observa a simple vista que hay trabajadores operando dentro de la empresa todos los días en horarios de oficina. No creo que sea como “Oigan, tenemos música ¿escuchan? ¡Ya abrimos!”. Tampoco pienso que se trate de toda una estrategia de mercadotecnia cuidadosamente elaborada. Vamos, que nunca va a llegar el chico nuevo recién graduado del tec de Monterrey a exponer en una junta “… y dadas las bajas ventas de los últimos meses tengo la propuesta que nos salvará del hundimiento: música con mensajes subliminales que obligan a la gente a comprar autos” acto seguido, los empresarios aplaudiendo y comiendo snickers con cubiertos. No. La respuesta se me antoja mucho más sencilla y coherente: la sospechosa inclinación que tienen las circunstancias a joderme la vida. Así es, porque las bocinas apuntan hacia mi casa de manera que la música no podría escucharse mejor. Ni con audífonos. Pasé estas vacaciones despertándome al son de las canciones de moda. Si me voy a desvelar tengo que pensarla dos veces, pues gracias a mis amigos de en frente me despierto temprano a huevo. Y que ni se me ocurra la siesta de la tarde (como sólo los haraganes acostumbramos), no me la van a permitir. Hasta he escuchado las canciones en mis sueños, y en ocasiones han pasado a ser parte central de la trama (no miento).
Ya tengo bien identificados los discos que ponen: uno de banda y norteñas, uno de hip hop o r&b, uno de villancicos que es el equivalente a ese ochentero de “navidad con las estrellas” pero con Belinda y los Kumbia Kings, y uno de rock inofensivo en inglés que seguramente suena mucho en las estaciones gringas hoy en día. Al reguetón asqueroso no es necesario nombrarlo, ya que se sobreentiende que jamás falta. El disco que más odio es ese de rock en inglés (¿Apoco creyeron que iba a decir el de Belinda? ¡si es una joya!) con esas rolitas happy-punk emo que tanto consumen los pubertos.
En fin, es que me tienen negro. He pensado desde ser civilizado quemando un disco para pedirles que al menos pongan canciones que me gustan, hasta que me salga lo sinaloense tirándoles piedras, robándome las bocinas e incendiando el lugar mientras bailo como orangután. Por lo pronto ya figuran en mi lista negra, justo entre los juguetes “mi alegría” y los productos Chayito.
1 comentario:
que pena me das, eso de no tener amigos para comentar estupideces como estas ha de sentirse culero.
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